
Antes era capaz de recordar el clima de la primera, el menú y algunos detalles, o de la segunda o tercera, incluso de las siguientes, pero de repente ya no recuerdo cuáles fueron los años que llovió, o que nevó, que hizo viento o que se estaba tan a gusto en la calle.
Sigo recordando detalles, pero de todos los años mezclados, sin saber muy bien que recuerdo pertenece a cada año. Así que seguiré compartiendo estas entradas, para que podáis ver cómo pasamos estas festividades tan lejos, en esta parte del mundo, pero también para poder luego ir recordándolas al volver a leerlas.

Este año estuvimos en Nueva York viendo las decoraciones navideñas y al llegar a Boston no teníamos nada en la nevera, pero como ya viene siendo costumbre, decidí salir a comprar esa misma mañana, sin agobios.
El plan era comprar algo de marisco, especial, pero sencillo. Algo que no me tuviese todo el día en la cocina y que se pudiese cocinar en pocos minutos.
Encargué dos langostas para recoger por la tarde ya cocinadas y luego me fui a mi pescadería de siempre. Allí no tenían demasiadas cosas, pero como siempre terminé comprando demasiado.

Uno que eran demasiadas cosas y dos que eran todas para prepararse al mismo tiempo, justo antes de comenzar a comer.
