
Poco antes de que el mundo cambiase tan abruptamente, nosotros ya habíamos superado una gran meta, la de los diez años juntos.
Diez años desde que unos veinteañeros completamente desconocidos se encuentran en medio de un parque en un país extranjero, a las pocas horas de haber aterrizado allí. A pesar de ser los dos de la misma pequeña provincia, tuvieron que llegar a ese sitio, a ese lago en mitad de Vondelpark en la ciudad de Ámsterdam para encontrarse y lo más importante, para no volver a separarse más.
Uno llegó en avión un viernes, la otra en tren unas horas después, ya sábado y ese mismo día nuestras vidas se cruzaron y comenzó nuestra aventura.
Este verano, volvimos a celebrar otra meta importante, la del décimo aniversario de la boda. Esa atípica boda en Gibraltar en la que nada podía salir menos parecido a lo normal. La que nunca se iba a casar, allí estaba celebrando dos bodas el mismo día, una en inglés, la oficial y otra en español.
Buena premonición de lo que nos esperaba, un mundo en dos idiomas, una carrera de obstáculos como la de la boda, un no parar de no salirnos planes tal y como los imaginábamos, pero que al final todos y cada uno de ellos, esos reversos del destino, no han sido más que lecciones de la vida.
Esas lecciones nos han enseñado a no planear tanto, por mucho que nos empeñemos el destino ya tiene sus propios planes y muchas veces merece la pena dejarse llevar, sin perdernos en el camino, pero sin tantos recelos injustificados por lo que nos depara la vida.

En estos tiempos tan inciertos, aún seguimos celebrando, con más motivo ahora. Por primera vez en estos diez años hemos vuelto por segundo año consecutivo a España y con viaje a Gibraltar incluido para volver diez años después al lugar exacto donde tuvo lugar nuestra boda.