Este año también hemos decidido pasar
San Valentín en casa, cenando algo tranquilos, aunque sin muchas complicaciones, ni horas en la cocina, solo una cena diferente con un toque especial.
Nosotros no somos de hacernos regalos y con los años hemos ido olvidándonos aún más de comprar cosas, preferimos disfrutar con la comida en casa o descubriendo restaurantes o regalarnos excursiones o viajes.
Celebrar sí, siempre, además todo lo que podamos, pero a nuestra manera siempre, planes sencillos, la mayoría de veces y cada vez más improvisados hasta el último minuto y sin complicarnos nada la vida.
San Valentín este año nos ha pillado muy cansados y es que no hemos parado. Además de todas las celebraciones estadounidenses, que desde otoño se han ido acumulando una detrás de la otra, nosotros también hemos tenido muchas cosas personales importantes que ir celebrando.
A lo que unimos visita de la familia después de años sin recibir a nadie por aquí, por lo que nos ha hecho especial ilusión y hemos aprovechado esos días al máximo y después la Super Bowl solo un par de días antes.
El domingo de la Super Bowl, también sin preparar nada, terminó siendo aún más improvisado de lo que imaginábamos y fuimos a ver el partido a Boston, a una cervecería muy conocida que abrió no hace mucho en el centro y en la que aún no habíamos estado nunca.
Compartí los detalles de esa noche en la entrada anterior a la que podéis llegar directamente a través del siguiente enlace:
En San Valentín en cambio no solemos animarnos a salir, por un lado los restaurantes suelen aprovechar para ofrecer menús cerrados, normalmente bastante caros y por otro lado es una fecha en la que hay que hacer reservas y además, con bastante antelación, por lo que sería complicado encontrar algo esa noche, en el caso de que a última hora cambiásemos de idea.
Solo recuerdo un par de ocasiones en los últimos once años en los que hayamos salido a cenar fuera por San Valentín.
Un año nos vimos obligados, tuvimos que salir a cenar fuera en San Valentín, debido a que durante una ola de viento y frío polar con las temperaturas más bajas del último medio siglo, se nos congelaron las tuberías y nos quedamos sin agua.
Afortunadamente las tuberías no explotaron, pero al dejarnos sin agua, estábamos obligados a salir fuera, en medio de lo que parecía una ciudad fantasma.
Con esas temperaturas puedo imaginar que muchas de esas reservas que hicieron con meses de antelación, fueron canceladas, especialmente todos los que no tenían coche, porque fue una auténtica odisea salir a la calle con ese viento que parecían cuchillos afilados que te cortaban cualquier centímetro de piel que dejases al descubierto.
Compartí esa experiencia única en la vida, o eso espero, en la siguiente entrada:
La otra ocasión en la que recuerdo haber salido fuera a cenar, también algo improvisado, fue un día en el que pensábamos ir a comprar comida para llevar en nuestro restaurante japonés favorito, pensando que como era entre semana, temprano y el local era viejo y cutrecillo, no tendríamos problema.
Nuestro plan inicial no funcionó y al final terminamos cenando en una cadena de mariscos que acababa de abrir un local en Cambridge, no muy lejos de casa, y que por cierto ya no está abierto, aunque hay otro local en el centro de Boston que sigue abierto y algunos más por todo Massachusetts.
Y si no recuerdo mal el resto siempre hemos comido en casa, tenéis varias entradas sobre esas cenas en casa en el blog.